Atraviesan los cenicientos funcionarios de la ciudad el puente de Londres.
En sus portadocumentos portan documentos todo, en un orden que nada ha desfilado, desafía nada nada todo existe aquí para corroborar la ley de gravedad y graves en sus graves, sacuden alas escondidas los cenicientos funcionarios de la ciudad, el puente de Londres atraviesan.
No te manches nunca con ellos, Georgina; no los mires, piensa que no existen, que no saben ni suponen lo que ponen, no los sepas, no los aprendas, no los infles, no les des boletos ni pelotas, ni los pétalos de tus horas, ni tus iras, ni tus eros, ni tus oros, ni tus aros, ni tus rezos, ni tus roces, ni tus rizos, ni rus risas, ni tus ciclos, ni tus sigilios, ni tus siglos, ni tus sismos, ni tus cismas.
Estos eternos hombres de terno van atravesando el puente de Londres y.. ¡Odian sus propias sombras! sin saber porqué, porque odian sus pisadas y las monedas que llevan en los bolsillos y los bolsillos que llevan en su existencia y la existencia que llevan en los bolsillos, y el sudor de sus camisas y el pálpito de sus corazones, ¡Es una entelequia de mierda! Escatológico el sol les llamea España, el diario The Sun es su alma y la televisión su existencia negada en blanco y negro… o en color. Ves Georgina, te has manchado el rostro al mirar hacia el puente, toma este poema, límpiate, como ves, acá no hay héroes, y esta tierra aún… es muy pobre.
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